Ventanas: espejos al aire libre.

La asfixia cotidiana, la trepidante rutina que nos envuelve en capas y capas de sucesivos instantes monótonos, se acentúa con el paso de los años.

Caspar David Friedrich, Mujer asomada a la ventana, 1822.

La irreflexión de nuestros actos de juventud van dando paso (o debiera) a procesos más reflexivos que nos obliguen a detenernos y respirar, respirar mirando al vacío de una ventana.

Una ventana no sólo contiene un paisaje, sino todos los paisajes que nuestra imaginación sea capaz de traducir, inventar o dibujar mientras se abstrae en la introspección más absoluta.

 Salvador Dalí, Muchacha en la ventana, 1925.

El poeta Wallace Stevens solía decir que “no siempre es fácil notar la diferencia entre pensar y mirar por la ventana”, y la verdad, es difícil separar ambas actitudes. No creo que nadie que se detenga durante un largo instante a mirar por la ventana en silencio y en soledad, lo haga para mirar qué está sucediendo allá afuera.

Tendemos a buscar una ventana, aunque permanezca cerrada, para que la luz y su atmósfera nos invadan y ayuden a retroalimentar la melaconlía, porque éste y no otro estado del ser humano es el motor más potente de creatividad que poseemos.

 Edward Hopper, Sol de la mañana, 1952.

Mirar por la ventana es asomarse al vacío de nuestra existencia, a nuestros anhelos, sueños, deseos, inquietudes, miedos, pero también a nuestras metas, pues ese vacío comienza a llenarse cuando respiramos hondo y sentimos que el ahogo desaparece, que la luz penetra, que el sosiego se hace presente y las ideas fluyen.

Nunca se pierde el tiempo mirando por la ventana, incluso para el que no ve más allá de su propio reflejo. En estos tiempos en que vivimos aislados en cubículos sin ventanas, la productividad baja, la autoestima se hunde y nos convertimos en autómatas desesperados por cumplir un horario que con suerte nos reportará llegar a fin de mes; en cambio, si paseamos entre despachos de personas de un escalafón superior será raro no haberlos encontrado alguna vez de espaldas a ti, con las manos en los bolsillos mirando por la ventana distraídos.

Las ventanas, ese oxígeno invisible cuando la monotonía ahoga, cerradas con nuestro reflejo dibujado por su luz o abiertas, para inhalar realidades. No banalicemos el hecho de poder soñar despiertos, de producir felicidad, de liberar nuestra abstracción porque de lo contrario se transformará en frustración.

Es esencial mantener en constante equilibrio la dualidad entre el cuerpo y el alma, lo terrenal y lo espiritual, y para ello necesitamos asomarnos a una ventana, y mirar, vaciar el pensamiento y volcarlo en el paisaje. Sin un espíritu equilibrado, el cuerpo no es más que un autómata que falsifica su necesidad de entendimiento bajo capas y capas de oscurantismo.

Shawn Zents. Mañana de octubre.





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