El dedo divino.

Mucho se habla del nivel de entendimiento que puedan desarrollar nuestros políticos en una situación tan compleja como en la que nos encontramos en la actualidad. A decir verdad, 8 meses después de aquellos ya lejanos comicios del 20D, podemos decir que poca cosa hay nueva bajo el sol y que el horizonte que se vislumbra es gris tirando a negro. 

Falta empatía, capacidad de entendimiento, altura de miras, entidad para razonar y para anteponer los intereses de la mayoría y no de unos pocos, y lo cierto es que lamentablemente no nos dan muchas razones para ser optimistas.

Y ante una situación así cabe preguntarse: ¿cuál es la razón para que se de una circunstancia tan dramática? ¿por qué se adolece de la inteligencia precisa para alcanzar un consenso que a estas alturas de la película resulta más que necesario?

Sinceramente, no tengo las respuestas, pero observando el nivel y la entidad intelectual de lo que hoy denominamos "equipos de trabajo" quizás adolezcan de la entidad suficiente para desempeñar el cargo, porque a buen seguro la inmensa mayoría tiene argumentos sólidos para justificar una abstención o un apoyo explícito, por lo que el asunto deriva en meros personalismos o en una estulticia exacerbada. 

Un político, un personaje público, debe estar respaldado por mentes brillantes, personas ecuánimes y cualificadas que lo encumbren y no por chupatintas aficionados de medio pelo que en su irremediable ineficacia su cometido se limite a decir bravo, muy bien, sigue así y las consabidas palmadicas en la espalda.

La política es el desarrollo de una actividad que engloba a muchas personas, resulta ser el producto de unas ideas que son trabajadas, auspiciadas y consensuadas por varios individuos (o al menos, insisto, debería serlo), no sólo por el líder en cuestión, cuya función al fin y al cabo es casi dar la cara ante la ciudadanía, alguien a quien admirar y con el que identificarte. 

El problema viene cuando la gente de la que te rodeas, para no hacerte sombra ni se te subleven, los escoges concienzudamente "cortitos" (por eso de la incapacidad de rebelión) intentando asegurarte (en vano) una lealtad que tiene los días contados.

Resulta que cuando tienes interés por algo, profundizas, intentas aprehender todo y absorber la mayor información posible, lo cual te lleva a descubrir cosas que aparentemente no se ven o no están al alcance de la inmensa mayoría ¡a Dios gracias! 

Ahí, en el mundo de la actividad política, encuentras dentro de esos grupúsculos algunas personas sin cualificación, paniaguados, meros comparsas cuyo único motivo para desempeñar puestos de responsabilidad es decir a todo "señor, sí señor", y claro, luego te dejan con el culo al aire.

Y aunque apenas he aterrizado en la política sí que he sacado mis primeras conclusiones, y que por supuesto están al alcance de todo aquel que haya hecho un seguimiento somero, sin profundizar en demasía, por lo que carece de mérito.

La clave está en que las personas elegidas por lo que hoy denominamos "dedo divino" deben tener una preparación que pase del mero graduado escolar. Por una sencilla razón, las bases necesitan un referente a quien seguir, alguien que les aliente y les inspire a defender un ideario, alguien del que te puedas sentir orgulloso o identificado, como refería antes. 

De ahí parte el respeto.

Si los que estamos abajo, tenemos por encima a gente designada por mera capacidad económica, por amiguismo, o por sus mermados escrúpulos, no podremos mantener el respeto que todo aquel elegido fuera de los procesos democráticos debe refrendar y sostener, así como ganarse. Y luego viene lo de "por sus hechos los conoceréis"... ahí cerramos los ojos, cuchicheamos, nos reímos y nos lamentamos, esperando que el tiempo cumpla su función y ponga a cada uno en su lugar... o en el mejor de los casos, el dedo divino tenga mejor tino.

Por ello, un país en el que los analfabetos ocupan sitios de enjundia y los duchos se encuentran en el paro, es cuanto menos algo tan deleznable como esperpéntico.

Aunque claro, tal vez alguno prefiera mantener incapaces a su vera para que así nadie pueda contradecirle, eso sí, viviendo al borde del infarto y mirando de reojo constantemente en lugar de delegar, porque en realidad no te fías de que te la hagan, si no a la entrada, a la salida, y éso al final es un fracaso.

Quizás y sólo quizás hayamos puesto nombre o cara a algún designado. Porque, y aquí los refranes son muy socorridos, si en tu casa cuece habas, en la mía a calderadas. 

                                 

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