Estén atentos, vienen por la izquierda.

Al más puro estilo ganster se desarrolló el cierre de la jornada lamentable del día de ayer en el Congreso, lo que trajo a mi memoria el episodio sufrido hace ya unos años, cuando susurrándome al oído me espetaban: a partir de hoy, mira dos veces antes de cruzar la calle, sé a qué colegio van tus hijos.

Ésto, y no otra cosa, es el estilo de los perros de presa cuyo único propósito es hacer el trabajo sucio y enmierdarse hasta las orejas por un escandaloso precio. Imagino que en todos los partidos los hay, aunque reconozco ser generosa con el verbo imaginar.

Ayer, Albert Rivera, hizo algo que poca gente ha conseguido despertar en mí. Mi orgullo. Pero quizás no en el sentido más patriótico de la palabra, porque después de aplaudirle a rabiar y decir, ¡olé tus cojones! me daban ganas de saltar a la yugular cuando votó SÍ.

La palabra está para cumplirse y los pactos entre caballeros, ese fantasma del que todos hablan y nadie ha visto en los últimos tiempos, han dejado de tener valor. Para mí, una de las muchas maneras de romper un acuerdo, legítima, moral y éticamente es lo vivido en el discurso bochornoso del Sr. Hernando, al que poco le podemos reprochar más allá  de que fue él mismo.

Rivera, ha tenido la ocasión de pactar a derecha e izquierda, es la incómoda y a veces inexplicable postura de estar en el centro. Y digo lo de inexplicable porque dado el tiempo que lleva argumentándolo, alguien más que sus afiliados deberían haberlo entendido o algo falla.

Y lo que falla, me van a permitir, es la comprensión lectora y la escucha activa, que brillan por su ausencia. Éste es el nivel de la nueva hornada de comentaristas aspirantes a políticos que tergiversan, manipulan y difaman sin impunidad en base a filias y fobias, y cuando sólo una persona es capaz de mirar por su país por el escandaloso precio de exponer su credibilidad, cuando llegamos al punto de ser cuestionados por querer allanar el camino a la gobernabilidad, el retorno promete ser doloroso.

Ayer, un Iglesias vestido de leñador, a voz en grito, ya no agitaba una pestaña en el Congreso. Un Sánchez, débil, ocultándose bajo el desprecio hacia Rajoy, fue incapaz de salir de su cómoda ambigüedad, y un Rajoy que más allá de ser un buen replicante, irónico, ácido y mordaz, se acomodó con el bulo de la mayoría absoluta que proclaman los temerosos de las nuevas elecciones, para retomando su parsimonia innata, dejarse odiar y tras la anunciada derrota, hacerse la víctima.

¿Quién dijo que ayer no comenzó la campaña electoral?

Y mientras esa Cámara, siga admitiendo golpistas al más puro estilo Tejero, pero sin pistolas, no tendremos la España que nos merecemos los que la amamos, los que la defendemos. ¿Qué clase de reglamento permite subir al estrado a una persona con la chapa de un etarra? ¿o a otros pidiendo dejar de pertenecer a España? pues lo mismo que tanto se habla de reformar la Constitución por obsoleta, reformen también el código ético antes de que caigan las columnas del Congreso. 

Porque creánme, han venido a destruir.
Su odio les precede, los arrastra y amenaza con engullirnos. Estén atentos, vienen por la izquierda, pero no la tradicional, sino tomando atajos.


 Con un poder absoluto, hasta a un burro le resulta fácil gobernar (Lord Acton).




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