Debí callar y callé. Ya no debo ni callo.

Una letra junto a otra letra poco a poco van formando palabras, palabras que dejan paso a frases, frases que buscan su sentido entre cada pulsación.

Así que cualquier día de estos os cuento una historia.
Una historia llena de palabras y de silencios, de enormes espacios en blanco. De ideas que ya no vuelan sino que quedan atrapadas entre la tinta de un papel que las ahoga.

Un día mis letras gritarán todos los sonidos que ahogué en mi garganta mientras se arremolinaban en mi tráquea asfixiándome, torturándome, salvándome.

Debí callar y callé. Ya no debo ni callo.

Aprendí a mezclar todos los tonos de maquillaje posibles hasta que me dijeran ¡guapa!, a sonrosar mis dos mejillas, a sacar partido al brillo de contención de mis ojos y utilizar rimel waterproof.

Aprendí también que sólo es un juego de supervivencia, y que no siempre gana el más fuerte, ni el que más corre ni el que golpea más duro. A veces, no volverte loca te puede hacer ganar esta partida.

Mi piel está llena de silencios, así los he rebautizado.

Dejas de escuchar, simplemente el ruido, el estruendo, desaparece y sobrevives.

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